2 mayo, 2013

Hoy día sólo hace falta observar atentamente el comportamiento de un grupo de adolescentes de camino al instituto en algún medio de transporte, para darse cuenta de que el aprendizaje para ellos puede ocurrir en todas partes y en cualquier momento. Incluso dejando de lado la diferencia entre lo que es aprendizaje formal o informal, es evidente que la omnipresencia de dispositivos electrónicos facilita enormemente el estar conectados e informados en cada segundo de nuestro día.

El hecho que este mismo grupo de adolescentes reciban avisos constantes de mensajes en el móvil, no parece distraerles demasiado de su tarea central: acabar una presentación oral para la clase de ciencia sobre las diferentes teorías del origen del universo, pongamos por caso. Cada uno aporta su punto de vista sobre lo que han leído y se dividen las partes a presentar al resto de la clase al mismo tiempo que crean una estructura para su presentación en la que mostrarán vídeos, fotos y una aplicación para móvil o tableta que recrea el origen del universo en 3D.

Conforme avanza el trayecto, los estudiantes desparramados en diferentes asientos van quedando en silencio y cada uno se concentra en su tarea – uno completa un escrito en su ordenador, otro acaba de leer un artículo de periódico, y otros dos miran cada uno en su teléfono las posibilidades de la aplicación que uno de sus compañeros les acaba de enseñar – hasta que llegan a su destino.

Como vemos en el ejemplo anterior, la forma en que estamos ubicados nos permite aprender en diferentes momentos de distintas formas. Es decir, que el diseño del espacio puede determinar el tipo de aprendizaje que es mejor en cada momento. A veces, el simple hecho de poder mover las sillas para crear un círculo en un debate puede ayudar a que todos los implicados se vean y que en el debate que se genere se respeten más las opiniones de los demás sin que se creen grupos que intimiden a los demás. De la misma forma, el hecho que los docentes circulen por el aula y se confundan entre los aprendices en lugar de estar en podios o siempre delante de la clase crea un ambiente más propicio a que todos los alumnos se impliquen de igual forma en el aprendizaje.

Como se observa en este ejemplo de colegio sin muros, los espacios abiertos y móviles ricos en estímulos favorecen el aprendizaje frente a los espacios rígidos que dificultan, por ejemplo, el trabajo en grupos o incluso en parejas. El hecho de recrear espacios similares al mundo real: un auditorio abierto con gradas en mitad de la escuela, una cafetería donde se puede también usar un ordenador, áreas cómodas para leer o discutir en grupo. Hasta ahora casi ni hemos hablado de aulas en sí, simplemente de espacios. Tendríamos que poder pensar primero en qué tipo de enseñanza-aprendizaje se pretende que llevar a cabo para luego buscar el espacio donde ejercerlo. De la misma forma, en lugar de intentar introducir la tecnología en las aulas actuales quizá deberíamos pensar en cómo podríamos rediseñar el espacio de un aula para que ese tipo de tecnología se usara de la forma más efectiva para las tareas que están pensadas hacer con este tipo específico. Se trata de rediseñar escuelas que no han cambiado físicamente desde el siglo XIX para adaptarlas a las necesidades y herramientas del siglo XXI.