24 mayo, 2015

En la mayor parte de las ocasiones, cuando analizamos una situación conflictiva en un aula o en un centro, ofrecemos a toda la comunidad educativa respuestas rápidas. No siempre tenemos el tiempo o la capacidad de estudiar la problemática en toda su extensión, lo que produce en nosotros la ansiedad de querer responder con celeridad para pasar a la resolución de otro problema, o para dar por zanjado algo que no parece tener otra solución salvo la obvia. Nos esforzamos mucho en encontrar respuestas, pero es difícil hacerlo si no hemos analizado el problema de verdad.

Cuando surge cualquier reto en un centro educativo, particularmente uno que tenga que ver con las diferentes relaciones que se dan dentro del mismo, es bastante complicado explicar por qué todo se está haciendo de la manera en que se hace. En este siglo, las palabras “siempre se ha hecho así” valen cada día menos. A veces, incluso, esas palabras son la base de todos los grandes fracasos que se están produciendo en estos momentos. No podemos quedarnos en la inmovilidad, porque la inmovilidad es la peor respuesta ante un mundo cambiante. Sin la flexibilidad necesaria nuestro trabajo perdería todo sentido. Muchas instituciones educativas presumen de perpetuar sus métodos a lo largo de los años. Lo que debemos comprender es que la identidad de un centro está por encima de la diversidad de actividades que se dan en él. Ser innovador no tiene un único camino, ser responsable, trabajar en equipo o inculcar en los alumnos responsabilidad social, puede hacerse mil formas diferentes. Y cada uno de los métodos que utilicemos para afrontar un problema funcionará o no dependiendo de diversas cuestiones. Si queremos afrontar de verdad una situación conflictiva deberemos mantener la mente abierta para preguntarnos el porqué de dicha situación. Necesitaremos hacerlo de una forma limpia, sin ningún tipo de respuesta preparada en la manga. Tendremos que comprender. Posteriormente, podremos actuar.

La técnica de los cinco porqués.

Es una técnica que viene a decirnos que, si somos lo suficientemente insistentes, llegaremos al fondo de las cosas. También nos dice que debemos profundizar hasta un límite, tras el cual será muy sencillo encontrar la causa de un determinado problema, preparando el terreno para el planteamiento de las soluciones.

La fórmula es tan sencilla como preguntarnos cinco veces por qué con preguntas encadenadas. ¿Por qué los alumnos no atienden en clase? Porque no tienen respeto por los profesores. ¿Por qué no tienen respeto a sus profesores? Porque no encuentran algo que les motive. ¿Por qué no encuentran algo que les motive? Porque los docentes no saben qué hacer para enseñar y motivar al alumnado. ¿Por qué los docentes no saben qué hacer para enseñar y motivar al alumnado? Porque la formación recibida estaba orientada hacia una realidad que ya no existe. ¿Por qué la formación recibida estaba orientada hacia una realidad que ya no existe? Porque los formadores o el sistema educativo no han sido capaces de adaptar metodologías, estrategias y contenidos al tiempo en que vivimos. No han tenido visión de futuro.

Una pregunta inicial nos ha llevado a un problema. Es posible que nosotros no podamos resolverlo en profundidad, pero sí podemos encontrar soluciones para comenzar el cambio en nuestras clases. Lo mismo podría hacerse con problemas más concretos. Preguntas como ¿Por qué es mala la convivencia en un aula? ¿Por qué los estudiantes no hacen las actividades? ¿Por qué es poco motivador estar en las clases? Cuestiones como estas pueden convertirse en el motor del cambio, llevándonos a respuestas inesperadas, en las que seguramente no habríamos pensado. Quizá en la convivencia influye la colocación de las mesas, la decoración de las aulas, la falta de comunicación entre los estudiantes… Cada centro tendrá una respuesta porque cada uno necesita una solución diferente según sus propias particularidades. Y quienes debemos buscarla somos nosotros mismos.

Transformando las necesidades en soluciones.

Lluvia de ideas en grupo.

Sin duda esta es la técnica más popular. Consiste en disparar una serie continuada de ideas hacia un reto, sin que se pueda contrarrestar ni discutir ninguna de ellas. Todas deben ser apuntadas y las más adecuadas empezarán a ganar su espacio.

Es importante, en esta técnica, tener en cuenta una serie de cuestiones. La primera de ellas es concretar el tema de la forma más específica posible. Si estamos trabajando con la dinámica de los cinco porqués, nos aseguraremos de que el problema que hemos encontrado es lo bastante concreto como para que podamos plantear soluciones.

Es importante, también, fijar un límite temporal o un límite de aportaciones para que los participantes no piensen que el tiempo está diluyendo la efectividad del proceso.

Toda la actividad no tiene que ser dirigida, pero sí debe ser seguida y moderada. Necesitamos a una persona que de encargue de apuntar todas las aportaciones. Podrá irlas agrupando sobre la marcha o dejar ese trabajo para el momento final.

Al terminar el tiempo para la generación de ideas es importante que seamos capaces de encontrar relaciones entre las aportaciones, agrupándolas e, incluso, mezclándolas si es posible. En algunos momentos nos encontraremos con diferentes elementos de una misma idea o con acciones que están conectadas de forma natural, mostrando los pasos a seguir para la resolución de un problema.

A lo largo de otros artículos iré hablando sobre diversas técnicas que pueden usarse para que la comunidad educativa sea capaz de reflexionar y solucionar los problemas más importantes que tenemos en nuestros centros. Espero que estas dinámicas ayuden a dar herramientas en lugar de respuestas generales. No creo que haya soluciones mágicas para los problemas de convivencia, creo que cada centro, dentro de su ámbito y sus particularidades, tiene que encontrar las suyas propias. Y luego compartirlas con los demás para que su trabajo se convierta en fuente de inspiración para todos nosotros.