27 octubre, 2016

Para que surja lo posible es preciso intentar una y otra vez lo imposible” Hermann Hesse

 

Los colegios hasta hace unos años, habían construido su universo sobre un triángulo integrado por tres grandes protagonistas: la dirección, el profesorado y el alumnado. Se trataba de un mundo cerrado, aislado de la sociedad, centrado en la impartición de un currículo. Del viejo triángulo hemos pasado a un círculo abierto y penetrado por la sociedad en general. Se ha generado interdependencia entre el colegio y la sociedad.

 

De hecho hace ya muchos años que se ha introducido en los colegios la buena práctica de aunar al conocimiento, la posibilidad de implicación y construcción de una sociedad más justa a través de la promoción de la acción voluntaria entre los chicos y chicas. En este blog hemos abordado en numerosos posts el trabajo desplegado en este sentido en muchos centros.

 

Por otro lado no es menos cierto que los centros escolares y las organizaciones que los sostienen (públicas y privadas) están concienciados con la necesidad de realizar los procesos educativos desde criterios de calidad y excelencia. En muchos casos se traduce en la obtención de una certificación y/o sello y en todos ellos en mejora hacia el alumnado y los profesionales de la educación.

Hoy me gustaría reflexionar sobre estas dos realidades: voluntariado y calidad. Creo que el desarrollo de procesos de calidad en búsqueda de la excelencia en el ámbito educativo, debe recoger, dentro de esa relación de colegio-sociedad, programas de acción voluntaria.

 

Así lo han entendido muchos centros que han establecido un compromiso real con la sociedad, comprendiendo que ahí tiene mucho que ver no lo que hacen, sino cómo lo hacen. No sólo persiguen la excelencia como una búsqueda de mejora en los niveles académicos o curriculares, sino que estos centros quieren poner su grano de arena en resolver problemas sociales y ambientales de la sociedad y del mundo.

 

Este despliegue y esta necesidad, muy justificada, de integración con el entorno guarda relación directa, cómo decía más arriba, con los grupos de interés (el alumnado, la dirección, el profesorado, las familias, el entorno social del centro educativo…). Los programas de voluntariado han de responder a las necesidades de estos grupos. Sólo así se consigue verdadera implicación. En este sentido muchos centros han desplegado programas para mejorar la calidad de los diálogos con los grupos de interés.

 

En esta línea que apuntamos la sabiduría aquí consiste en aunar el aprendizaje académico con la mejora de las condiciones de vida del entorno.

 

La gestión del voluntariado no debe quedarse en una mera gestión en el nivel operativo. El proyecto de voluntariado se debe alinear con la Estrategia del centro como un elemento más de diferenciación. Debe participar de la ella en cuanto a planificación, realización, verificación y nueva planificación. Es cierto que la transformación que produce la acción voluntaria incide, a veces, en aspectos cualitativos e intangibles en algunos casos, pero se deben articular mecanismos e indicadores que permitan valorar la eficacia, eficiencia, sostenibilidad… de esta acción.

 

Es importante señalar otro elemento: la comunicación. Ese círculo abierto al que me refería al principio del post, este compromiso de la comunidad educativa, en el que se sienten muchos centros, les lleva a un diálogo de ida y vuelta con la sociedad. La propia acción del voluntariado realizada debe ser dada a conocer, la comunicación forma parte de la estrategia de crecimiento de la acción voluntaria.