17 diciembre, 2017

Sistema (según el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia): “conjunto de reglas o principios sobre una materia racionalmente enlazados entre sí o conjunto de cosas que relacionadas entre sí ordenadamente contribuyen a determinado objeto”.

Educativo (según DLE), “perteneciente o relativo a la educación”, “que educa o sirve para educar”.

Educación (según DLE), “acción y efecto de educar” o “crianza, enseñanza y doctrina que se da a los niños y a los jóvenes”.

Sinceramente, lo racional y lo contributivo, el servicio, la acción y el efecto, muchas veces brillan por su ausencia. Y más aún, si el principio de toda la educación es la sociedad, y esta es olímpicamente indiferente, las actividades y las consecuencias educativas no pueden ser de provecho. Lo escribía José Ortega y Gasset en 1936: “la escuela, como institución normal de un país, depende mucho más del aire público en que íntegramente flota que del aire pedagógico artificialmente producido dentro de sus muros. Sólo cuando hay ecuación entre la presión de uno y otro aire la escuela es buena”. Ortega y Gasset, José (2015). Misión de la Universidad, Madrid: Cátedra.

Entonces no, nuestra escuela no es buena porque no es algo prioritario en nuestra sociedad. El CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) presenta de forma cíclica encuestas de opinión sobre lo que más preocupa a los ciudadanos de nuestro país. Los temas recurrentes son el paro, la economía, cuestiones políticas, corrupción, pensiones… La educación no es un tema preferente en nuestro país, sin menoscabo de que sea lo principal para muchas familias, para ciertas AMPAS, una concejalía, una agrupación, una empresa, muchos colegios o miles de maestros y profesores. Pero para la sociedad no.

En estos tiempos acelerados, vivimos impasibles de ánimo ante todo lo educativo, mientras nos estamos acostumbrando a vivir sin sentido (estresados, ocupados en tareas alienantes y repetitivas, enganchados a artilugios tecnológicos que nos enajenan, a consumir, donde brilla lo gris, lo mediocre y lo vulgar). El yugo de la vulgaridad, que anunciaba Francisco Giner de los Ríos: “la dictadura del egoísmo, la servidumbre de la rutina y la indiferencia por las grandes cosas. No es la ignorancia, ni la escasez de inteligencia, no es la cortedad de vista intelectual, sino la de horizonte. Pero de ‘héroes’ no hay raza: todos podemos y debemos serlo. Todos lo somos, con sólo romper el yugo de la vulgaridad”. Giner de los Ríos, Francisco (1933). Educación y enseñanza. Madrid: Espasa-Calpe.

Vivimos en una democracia nihilista, que a nada aspira en su conjunto y lo educativo se supone, pero no se propone nada. El sistema educativo actual tiene como objetivo fabricar obedientes que crezcan sin rebeldía, generar autómatas (eso sí, frustrados y con violencia contenida), algo así como la “cría de hombres” que anunciaba Friedrich Nietzsche, hombres iguales, el rebaño, la manada.

Evidente es que vamos a mejor en todo, en lo material y lo moral, lo tecnológico y la salud, incluso en lo educativo… No sé de ningún mundo mejor (como rezaba el título del libro de Ingeborg Bachmann, 2003, Madrid, Hiperión). Pero, ojo, esa mejora no es tal si no entramos todos. Si el sistema educativo fuera la principal preocupación, ansiedad, cuidado e interés de todos, viviríamos formando a profesionales y, sobre todo, a ciudadanos con dignidad y felicidad. En fin, propenso que es uno a ilusionarse con demasiada facilidad y no resignarse.

 

Imagen de la Escuela Saunalahti en Espoo (Finlandia) en http://valentiamoral.blogspot.com.es/2015/06/la-escuela-saunalahti-un-monumento-la.html