3 mayo, 2015

Y yo me pregunto: ¿porqué los docentes continúan insistiendo tanto con el aprendizaje de las letras, sus grafías, cuando a veces esto no se corresponde con el trabajo oral? Con esto quiero decir que en el aula, el trabajo de desarrollo oral de nuestro alumnado va de la mano con el aprendizaje de las grafías. Ambos son aspectos inseparables del proceso lecto-escritor.

En las primeras edades, es fundamental jugar con las palabras, además del modelaje adulto, tanto de profesores como de la familia. ¿Cómo lo podemos hacer? Con las rimas, las adivinanzas, trabalenguas, canciones, cuentos, etc., permitiendo que se expresen, que cuenten todo lo que quieran. En infantil, salvo algunos casos de niños introvertidos, disfrutan mucho narrando sus anécdotas, sus vivencias; tanto que también debemos enseñar a respetar el turno de palabra y aprender a escuchar a los demás. Nunca he tenido un grupo de infantil que no sintieran placer al escuchar una rima, o al intentar encontrar la respuesta a una adivinanza.

Por ello también promuevo el espacio asamblea como espacio para la palabra-escucha, y no me estoy refiriendo a las rutinas de pasar la lista (de forma mecánica), contar cómo está hoy el día, y decir si es martes o jueves. Rescato la asamblea como ese momento reservado para escucharnos, para debatir si un tema resulta de interés, y, sobre todo, para “darles la palabra”. Asamblea que debería tener continuidad en los siguientes niveles educativos.

Pedirle a un niño/a de cuatro años que escuche y escriba “ua-ei-ae-au…”, pues, no tiene mucho sentido. Porque no hablamos así, porque así no construimos palabras, porque no tienen ritmo, ni rima, ni significado. ¡Con la riqueza de palabras que podemos rescatar en el aula! Y si construimos en vez de copiar una y otra vez, si nos olvidamos de decirles “no puedes salirte de la pauta”, “que la letra está muy grande”, “que tienes que borrarlo”… Si en vez de esto, inundamos nuestra aula del sonido de las palabras, buscamos cuáles letras conocemos, cazamos las que están en nuestro nombre y, ¡vaya!, también están en los nombres de nuestros amigos de la clase. Si jugamos a “viene un barquito cargado de palabras que empiezan con…. que terminan con… que son largas… que son cortas…” Si descubrimos las posibilidades que nos ofrecen otros portadores de texto: un diccionario, una receta, un periódico, etc.

También tendremos que dejar las prisas para que en Infantil, en cinco años, ya aprendan a leer. Pero ¿saben escribir solos?, ¿saben producir algún texto sencillo?, ¿han indagado lo suficiente?, ¿conocemos como docentes en qué etapa de la escritura se encuentra?, ¿podemos ayudarles a reconstruir el error? Seguro que es más fácil (más… ¿cómodo?), repasar varios renglones de la letra de turno. Un libro de texto es un recurso más, pero no el único para que se apropien de la lectura y la escritura. Ofrecer la oportunidad de la escritura espontánea me ayudará a determinar los niveles de conceptualización de la lengua escrita que conviven en el aula (previo a la lectura y la escritura convencional). También con las familias acordaremos que las “dichosas tareas” para el fin de semana, no serán las “dichosas fichas”. Fichas sin sentido alguno. Con lo provechoso que puede ser compartir con nuestros hijos el fin de semana. Solo es saber ofrecerles espacios de juego en los que sean partícipes de su aprendizaje lecto-escritor.

“Una concepción de alumno activo y creador se corresponde con un docente igualmente activo y creador, ya no preocupado por prescribir cómo deberán aprender sus alumnos, sino interesado en averiguar cuáles son sus ideas, qué tipo de información necesitan y cómo intervenir ara ayudarlos. Esta nueva actitud del maestro supone aceptar que todos los miembros de la clases pueden enseñar y aprender, eso es, que todos los intercambios posibles entre maestro-alumno, alumno-alumno, y alumno-contenido son legítimos y necesarios” (Alfabetización de niños: construcción e intercambio. Ana María Kaufman, Mirta Castedo, Lilia Teruggi, Claudia Molinari, Editorial Aique didáctica)

Los docentes podemos hacer mucho para favorecer el proceso constructivo, creando un ambiente alfabetizador, brindando situaciones de interacción con la lengua escrita, con la lengua oral. Presentando y ayudando a resolver los posibles conflictos: “Mariposa tiene la e”. Además, como adultos, debemos aprender a esperar a los niños (en todos sus aprendizajes), y esta sociedad que va con prisas, nos quita la paciencia necesaria para entender los ritmos diversos que tenemos en el aula.

Emilia Ferreiro, investigadora y doctorada en Psicología con una tesis dirigida por Jean Piaget, cuyo pensamiento ha tenido una repercusión decisiva en la teoría y la práctica de la alfabetización, nos invita a “cambiar la mirada”, y de esta manera invitemos a nuestros alumnos, a qué tal si escribes algo en lugar de copiar. Así lo están haciendo en el proyecto colaborativo encabezado por Ana Galindo, llamado “Palabras Azules”, en el cual se potencia, principalmente, la escritura, la creatividad, el uso de las TIC entre otros aspectos. Es el profesorado, junto a sus alumnos, quien comparte actividades y recursos propuestos en las aulas, en diferentes niveles educativos. Proyecto que me parece muy interesante, motivador y que apuesta por el desarrollo de diversas competencias: lingüística, digital, social, colaborativa, etc. De esta manera, podemos apreciar que sí se puede aprender a leer y a escribir disfrutando, siendo participes activos, y con esa “otra mirada” a la que nos invita nuestra gran autora Emilia Ferreiro.