3 junio, 2017

 

Dispongo de  un tiempo de reflexión propia, de crítica constuctiva y de pensamientos que van y vienen por mi cabeza. Uno de ellos es cómo debería ser una sociedad realmente inclusiva. Por supuesto, no puedo alejar mis ideas de mi esfera profesional, ya que sería una incoherencia: ante todo soy maestra, lo tengo claro.

En unos días que, digamos, son diferentes, vino a mi cerebro inquieto y sentipensante, en palabras de Galeano, la importancia de respetar al niño o niña con el cual estamos día a día, empoderar cada una de sus esferas, ya sea cognitiva, motriz, social y, cómo no, la emocional. Sin embargo, cuando pienso en mis alumnos, no puedo dejar de lado sus familas. El meollo de la diversidad ambién está en ellas. Podemos heredar genes que nos hagan similares entre padres e hijos, pero siempre estará la impronta del carácter y del medio externo, el contacto social, que nos terminará de modelar. Palabra muy usada en nuestro ámbito educativo. Modelamos, es verdad, familias y escuela. Pero será el propio discente que conformará su rol individual y social.

Esta diversidad de cual hablo, la de las familias, y de su interior, es la que suele preocuparme cuando escucho tantas veces a madres exclamar: ¡Pero si es igualito a mí o su padre cuando era pequeña! Se olvidan de que han pasado unos cuántos años, que aunque queramos verlos igualitos, como si nos mirármos en un espejo, ese o esa niña no lo es, porque está formándose en un medio en el cual los agentes externos ejercen su influencia. Por cierto, ¿porqué siempre o casi siempre viene la madre a la tutoría y no el padre? ¡ah, es que trabajan! Retomemos. Podemos, como madres y padres, observar similitudes en los comportamientos, pero no son nuestros calcos. Y si vamos más allá, entre hermanos ya hay diferencias, ya hay hijos diversos en el interior familiar. Cada hijo deberá ser tratado de forma diferente. ¡Ojo! No estoy hablando del cariño, la preocupación o, en definitiva, el amor que les ofrecemos día a día, que por supuesto será el mismo. Si lo extrapolamos a la clase, es como si a un niño de padres separados, a una niña con ACNE —sea cual sea— y a un niño de atención más dispersa les ofrecieramos de la misma manera nuestras pautas. Ya sé lo que estáis pensando, que si  tengo una clase con 25 alumnos tengo que disponer de 25 formas de enseñar. No se trata de eso. Se trata que tendrás 25 personas diversas, provenientes de familias diversas, con sus particularidades y características, quizá de distintas culturas, las cuales debes conocer, con diferentes estilos de aprendizaje, sobre los cuales también deberás tener conocimiento.

Pienso que esa diversidad es la que a nivel social no se está respetando, porque no se parte de las propias diferencias que existen para extrapolarlas a la nuestra comunidad, nuestro barrio y así llegaría a la sociedad en general. Muchas veces he escrito a cerca de la importancia que tiene el cuidado y dedicación de nuestra propia tribu, empezando por la  de dentro de nuestro seno familiar. ¿Cómo vamos a respetar y aceptar a nuestro vecino sino lo hacemos en nuestro hogar, con los miembros de nuestra familia? ¿Tenemos la conciencia suficiente de que en todo momento somos modelos para nuestros hijos? Creo que no.

Esta sociedad , tan moderna, tan avanzada, debería “copiar” una costumbre que tienen al sur de África, cuyos miembros saludan dicendo “sawabona”, término que significa “yo te respeto, yo te valoro. Eres importante para mí”. En respuesta las personas contestan “shikoba”, que significa: “Entonces, yo existo para ti”. En esta tribu el error es valorado de otra manera , ya que cuando alguien se equivoca, se coloca en el centro de una gran ronda y, durante varios días, el resto de integrantes de la aldea le dice palabras positivas sobre su conducta. El error es interpetado como un pedido de socorro. Luego se  unen para levantar a la persona y volver a conectarla con su verdadera naturaleza, para recordarle quién es en realidad. Es decir, hasta que consiga estar plenamente consciente de la verdad de la que se había desconectado a causa de su mala acción. ¿En nuestras familias también lo hacemos así? Si los hijos o las alumnas no piensan como nostros, los adultos, tan empoderados en el uso de la razón, marcamos el error sin tratar de entender su porqué y cómo ha pensado ese cerebro y sentido ese corazón. Creo que faltan palabras más cariñosas, atentas, gestos y actitudes que desde pequeños “se mamen” y se trasladen entre hijos, padres, madres, vecinos, alumnas… En el interior de la familia se debe aprender a reconocerse en el otro, descubrir sus diferencias, aceptarlas, normalizarlas, porque si no aprecio mucha dificultad para que la sociedad en su conjunto lo lleve a cabo. Esta educación inclusiva que tanto anhelamos y trabajamos en las aulas debería extenderse a las familias. Una vez más viene a mi cabeza la frase popularizada por José Antonio Marina: “Para educar a un niño hace falta la tribu entera”.

Aún nos queda mucho camino por recorrer y muchas palabras bonitas por decir.

Imagen extraída de http://www.taringa.net/posts/offtopic/17686488/Sawabona-aprendiendo-de-una-tribu-ejemplar.html