29 abril, 2013

Decía Montaigne que la amistad es la “mezcla universal de las almas”. Tras las simples camaraderías de la infancia, que se basan en meras ocupaciones comunes como el juego, en la adolescencia las amistades se hacen más estrechas y selectivas y a menudo se cargan de pasión. Estas amistades se vuelven fervientes, exclusivas, desconfiadas y empiezan a parecerse al amor que preceden y anuncian, sobre todo en el caso de las chicas, pero a veces también en el de los chicos. La frontera con el amor en algunos casos puede llegar a ser muy difusa, y pueden aparecer riñas, rupturas, perdones y reconciliaciones… El y la “mejor amigo/a” es otro yo idealizado, el sostén tranquilizador de uno mismo, pero suele ser una llama violenta que a veces se desmorona, ya sea por la simple separación o por diferencias en el ritmo de desarrollo de ambos. La amistad adolescente al principio está cerca del amor, pero la ebullición amorosa tiene otros efectos más profundos para su vida afectiva y para toda su personalidad (El desarrollo social del niño y del adolescente, Reymond-Rivier, B.).

El centro escolar es un escenario privilegiado para el encuentro entre los adolescentes. Muchos de ellos ya se conocen desde la etapa de primaria y otros coinciden por primera vez en la de secundaria. Todos tienen ocasión de observarse, de ver cómo se comportan en clase, cuál es su interés y rendimiento en los estudios, su humor, con quién se relacionan, cómo se visten, sus aficiones, etc. Conviven durante varias horas cada día y durante varios años, y el motivo académico que explica su coincidencia les está permitiendo aprender a relacionarse y edificar su identidad en las afinidades y diferencias con sus iguales. En esa convivencia se ponen a prueba, se esfuerzan en crear una imagen ante los demás, nacen grupos, surgen líderes y jerarquías, saltan a la palestra los rebeldes más osados, los más débiles pueden verse sometidos, los sensibles deben protegerse de la agresividad de quienes no les comprenden, y la riqueza y extensión del registro de emociones e impulsos poderosos que brotan en ellos les hacen despertar sentimientos nuevos, que convergen con frecuencia en lo que suele conocerse como amor. Un verdadero frenesí vital que aparece y que les arrebata.

Las simpatías y antipatías se entrecruzan y la ternura que ya se había desarrollado en las amistades lleva, gracias al concurso del instinto intensificado, a que surja una atracción nueva entre ellos y ellas. El viejo y entrañable romanticismo hace su aparición y el amor, que al principio es sólo emotivismo, se convierte en muchas ocasiones en el gran asunto de sus vidas, con sueños, idealizaciones y una intensidad que roza lo novelesco. En su imaginación se ven como llenos de virtudes, mientras que en la realidad se adivinan tímidos y torpes. Elaboran irreales idilios maravillosos y también pueden sublimar sus pulsiones y tratar de ser adolescentes “ascéticos” (Anna Freud), desentendiéndose del otro sexo y alejando de su horizonte de intereses las implicaciones amorosas, por superficiales que fuesen.

Por lo general la ternura se desarrolla antes en las chicas, mientras que los chicos suelen ser más activos y propensos a la acción. Los modelos que ven en los medios de comunicación, en su doble vertiente del romanticismo más cursi y de la promiscuidad genital más grosera, con sus invitaciones a la ambigüedad y al todo vale, vienen a complicar aún más todo este tinglado evolutivo potenciando la aparición de intentos de dominio, satisfacciones rápidas y turbulentas, experiencias peligrosas y desarreglos de variado tenor en las que el otro o la otra son considerados “objetos para usar” y no personas. Cuando en la adolescencia se disocian el instinto y la ternura se suele producir cierto desorden en la conducta que golpea de paso a la propia actividad escolar.

El rápido panorama anterior nos lleva a hacernos una pregunta: ¿los profesores podemos actuar a este respecto, aportándoles ideas que los ayuden a aclarar mejor su mundo interior y a facilitar unas interacciones más equilibradas? Es evidente que el despertar de los sentimientos amorosos compete a la intimidad de cada persona, pero lo que no es de recibo es que haya que dejar a un adolescente a su albur en el campo afectivo cuando lo cierto es que su inmadurez no le proporciona de modo inmediato y espontáneo cómo transitar con destreza por esos derroteros emocionales. Sería como dejarles conducir un coche sin saber su funcionamiento, esperando que lo hagan sin exponerse a los accidentes graves, y a veces de muy difícil recuperación, que antes hemos mencionado.

teensLa primera escuela de lo que es y significa el amor está en sus familias. Allí ven en qué consiste la ternura, el compromiso y la pasión. Pero pueden aprender además, de modo más “técnico”, algunas claves de relación interpersonal que hay que tener en cuenta a la hora de comportarse cuando hay atracción. Por ejemplo, es importante saber detectar las conductas de imposición y chantaje emocional, conocer pistas para manejar las emociones y defenderse de las personalidades tóxicas, saber confirmar a la otra persona para que sienta acogida, en qué consiste la delicadeza, etc. El objetivo es el de que se esfuercen en conocer y comprender de verdad al otro, para que mantengan una salud emocional mejor y así prevenir anomalías en la vida sentimental posterior. Ese adiestramiento puede tener lugar justamente en el escenario donde con frecuencia surgen esos primeros sentimientos entre los alumnos, partiendo del principio de que lo que se va a hacer es un complemento educativo, organizado desde una perspectiva de prevención, para que lo añadan a la genuina educación sentimental que cada alumno debe recibir en el seno de sus familias.

La siguiente cuestión es cómo organizarlo, de modo que no sea un mero recetario de trucos baratos o una sucesión de reglas asépticas. Un programa sencillo puede elaborarse incluyendo algunos o todos los aspectos que antes se han mencionado, y una parte de la intervención se centraría en las habilidades de interacción (cómo entablar un contacto positivo, preguntas conversacionales, tipos de escucha, refuerzos, apoyo emocional, hacer auto-revelaciones, la confirmación del otro, la expresión de opiniones, plantear sugerencias, fórmulas de delicadeza y atenciones, etc.), y la otra tendría una vertiente más de “combate”, por así decirlo (detección de intenciones y de conductas inadmisibles, afrontamiento de ataques, imposiciones y trampas emocionales, asertividad para oponerse y rechazar, etc.). El objetivo de fondo es el de comprender y tratar con toda consideración a la otra persona, eliminando chantajes y coacciones.

Sería muy conveniente utilizar una buena selección de fragmentos de películas o series, dada su riqueza en situaciones tanto positivas como negativas de relación sentimental y, por supuesto, en este tipo de sesiones es más imprescindible que nunca promover especialmente que los adolescentes aporten sus experiencias y dudas, porque esta realidad apasionante de la atracción y del amor necesita un ágora acogedora en la que se pueda expresar con palabras lo que a veces no se sabe muy bien cómo decir. Los profesores, en definitiva, sólo debemos ser unos mediadores que les estaremos ofreciendo unos instrumentos para que organicen con menos sobresaltos y mayor confianza esa ilusionante experiencia del “chico-conoce-chica” y viceversa, como suele decirse en las películas de toda la vida.