6 octubre, 2013

Los cambios de etapa siempre son duros para los estudiantes, especialmente cuando implican también un cambio de sistema, de profesorado y de materias. Todos los profesores lo vemos en la incorporación de los estudiantes en la Educación Infantil, en el paso a la Educación Primaria, y, sobre todo, con el comienzo de la Educación Secundaria.

En esos momentos los problemas de disciplina son muy comunes, y, en algunos casos, no tienen únicamente que ver con la personalidad de los estudiantes, sino también con el momento de cambio que están viviendo. Hacen del  rechazo a determinadas normas una forma de autoafirmación. Sin embargo, estas cuestiones, acaban confundiendo lo que debe ser una búsqueda de su propio camino con un desafío constante, que puede volverse muy complicado para la comunidad educativa. Esto suele poner a prueba la paciencia de los docentes, su esfuerzo por impartir las materias y su comprensión hacia la situación que los estudiantes están viviendo.

 

Otra de las cuestiones es la búsqueda de los límites, al igual que en etapas anteriores, llevan al profesor hasta el momento concreto en que debe marcar las normas que no pueden traspasarse. Esto es especialmente complicado cuando un grupo de docentes pretende hacer unas clases participativas y los estudiantes confunden la participación con la abierta desobediencia a las normas. Estas cuestiones repercuten negativamente en toda la clase, ya que el tiempo de estudio se desarrolla en un ambiente tenso, donde las ventajas que tiene la participación acaban diluyéndose en constantes llamadas de atención. 

Ante esa situación, la comunidad educativa tiene que actuar de una forma coordinada. Los profesores deben marcar un camino claro, pero la ayuda de las familias es fundamental. Sin esa ayuda, es imposible que seamos capaces de establecer una normativa común que les haga comprender la importancia de respetar la disciplina y, simultáneamente, de expresarse con libertad dentro de un orden. Todos queremos estudiantes que sean capaces de responder, de imaginar, de participar de una forma coordinada en los trabajos comunes, pero es imposible conseguir esto si no logramos establecer previamente un clima adecuado.

 

Para poder trabajar correctamente, los docentes necesitan marcar unas normas que sean respetadas, y, a la vez, tienen que ser garantes de la convivencia. Su comportamiento debe ser siempre correcto con los estudiantes, pero, simultáneamente, deben asegurar, con las medidas disciplinarias necesarias, que la conducta de unos alumnos no vaya en detrimento de los demás.

 

Todos hemos visto como la convivencia en las aulas se puede deteriorar de una forma muy rápida cuando algunos alumnos comienzan a tener un comportamiento problemático. Este proceder se contagia rápidamente al resto del alumnado, lo que dificulta mucho que se pueda ofrecer una respuesta adecuada por parte de los docentes, si no se hace, de forma rápida, desde el principio. Cuando se produce una situación complicada, lo primero es marcar (o recordar) ciertas normas básicas para pedir un compromiso de mínimos. Muchos docentes suelen organizar esta cuestión mediante un decálogo básico. Este decálogo adquiere la perspectiva de contrato, de acuerdo entre los docentes y los estudiantes, para conseguir que se puedan llevar a cabo las clases de forma adecuada. Es importante, en este punto, que los alumnos sean capaces de asumir estas normas, e incluso, que sean ellos quienes las propongan en la tutoría. De esta forma, cuando alguien quebrante una de las reglas, los demás sabrán que está desobedeciendo un acuerdo que ha sido ratificado por todos, lo que no beneficia al grupo en su conjunto.

 

Una vez que la convivencia básica se encuentra salvada, es sencillo comenzar con estrategias de motivación que puedan aumentar el interés de los estudiantes. Pero sin un comportamiento adecuado, todas esas dinámicas serán imposibles. Por esa razón, es importante cuidar mucho, durante el primer trimestre,  la convivencia en el aula. Sólo consiguiendo sentar unas buenas bases en los primeros meses, el curso funcionará de forma correcta. 

 

Para llevar a cabo esta cuestión, también es importantísimo cuidar y respetar las tutorías. Es necesario hacer de ellas un espacio útil de comunicación entre los estudiantes y los profesores, consiguiendo que realmente se den dinámicas funcionales que mejoren el funcionamiento de las clases. Esto tiene una importancia fundamental siempre, pero al principio de curso, cuando hay tantas cosas por hacer, tantos problemas que resolver y tantas pruebas que pasar a los estudiantes, es bastante común dejarlas de lado para aprovechar este tiempo en otras cuestiones más urgentes. Pienso, sin embargo, que no hay nada más importante que cuidar los primeros meses de trabajo en las aulas, y no podemos dejar de lado la importante función de hablar con los estudiantes para lograr que mejore el proceso de enseñanza-aprendizaje.

 

Al final, la convivencia es un espacio compartido, un diálogo continuo donde todas las partes deben integrar sus esperanzas y sus temores, sus sueños y sus expectativas. Y necesitamos que la conexión entre el profesorado y los estudiantes se produzca, para que así se pueda construir todo este proceso del aprendizaje en un clima donde la comunicación sea una labor de interacción respetuosa y constante.