17 marzo, 2013

Si hay algo común a todos los seres humanos independientemente de la época, la cultura, el lugar de procedencia, la ideología, eso sería la felicidad. Bertrand Russell, considerado como el filósofo más importante del s. XX, planteaba en su obra “La Conquista de la Felicidad “ la existencia de dos tipos de felicidad. Una de ellas sería la felicidad por tener salud y alimentos para sobrevivir y otra depende del sistema social y de la psicología de cada persona. Cuando nuestras necesidades básicas peligran, nuestra máxima felicidad se alcanza cuando éstas se ven satisfechas.  Pero cuando ya hemos cubierto las básicas, nos crearemos unas nuevas. Este autor se plantea ¿Quién es más feliz, el hombre que tiene pocas necesidades, o el hombre que cubre muchas de las necesidades que tiene?.

Trasladando  estas teorías a nuestras aulas, veremos que mientras  unos niños gozan de una situación que les permite “poseer en exceso”, otros cubren las básicas con dificultades. Hay estudios que demuestran que no hay una asociación lineal entre el bienestar de la infancia de un país y su PBI: la riqueza de las sociedades no garantiza la satisfacción y felicidad de sus ciudadanos más pequeños. Lo que debe quedar claro es que tanto en situaciones de exceso como de precariedad, es importante enseñar a nuestros alumnos a “ser felices”. Además, a medida que el niño va creciendo debe enfrentarse a distintos desafíos, el propio hecho de crecer y tener que asumir más responsabilidades o enfrentarse ante nuevas situaciones. La aptitud para desarrollarse pese a estos desafíos surge de la capacidad de resiliencia y esta resiliencia puede aprenderse.

A finales de los años noventa surgió en Estados Unidos la Psicología Positiva como un movimiento renovador que pretendía “el estudio científico de lo que permite prosperar a los individuos y a las comunidades” (International Positive Psychology Association, 2012). En un nivel pragmático, trata acerca de la comprensión de las fuentes, los procesos y los mecanismos que conducen a éxitos deseables. Actualmente la Psicología Positiva configura un amplio movimiento internacional liderado por prestigiosos investigadores en áreas como la salud, la psicoterapia, la educación, la promoción de organizaciones sociales y que ofrece extraordinarias posibilidades para renovar la práctica educativa desde unos sólidos fundamentos científicos.

Este movimiento fue impulsado por Martin Seligman quien  ante la evidencia de que la psicología se había centrado más en los aspectos patológicos de las personas,  apostaba por potenciar la investigación y la promoción de lo positivo en el ser humano. De acuerdo con Seligman (2002), los tres pilares básicos de estudio de la Psicología positiva son: las emociones positivas, los rasgos positivos (virtudes y fortalezas personales) y las instituciones positivas que facilitan el desarrollo de dichas emociones y rasgos.

Seligman aporta tres razones por las cuales es necesario incluir la felicidad en la educación (Seligman y otros, 2009):

  1. Aumento de trastornos depresivos y a edades más tempranas.
  2. Escaso incremento del nivel de felicidad en la población mundial.
  3. El bienestar mejora los aprendizajes.

Desde estas teorías, se considera la felicidad como “una actitud interior del ser humano y además, es educable, pues implica un proceso de cambio y autodesarrollo personal. Lyubomirsky, Sheldon y Schkade (2005) han sistematizado los tres factores que determinan la felicidad:

 

 

El valor de referencia depende de aspectos biológicos, heredados genéticamente o dicho de otra forma, el 50% de nuestra felicidad depende de nuestra herencia genética la cual no se puede modificar. Las circunstancias constituyen sólo un 10% de nuestro bienestar, circunstancias externas como las características de  nuestro entorno familiar, social, escolar, laborar; el  nivel de ingresos económicos; la salud  y todo aquello que va ocurriendo de forma inesperada en nuestra vida. Y lo más significativo  es que nuestra actividad deliberada tiene un peso del 40%, o sea que una parte importante de nuestra felicidad depende de nosotros mismos. De nuestro Yo, de nuestras variables internas, de nuestra personalidad  depende en gran medida nuestra felicidad. Y por tanto tenemos la gran suerte de que estas variables   se pueden trabajar  para lograr mejorar nuestros modos de pensar, sentir y actuar y así gozar de una vida más satisfactoria.

Trasladando estos tres factores al terreno educativo, nuestros alumnos llegan  a la escuela con una carga genética y una “mochila personal” de circunstancias que dependen de lo favorecedor o desfavorecedor de su entorno familiar y social, aspectos sobre los que nosotros como  educadores  tenemos poca posibilidad de intervención. Pero sí podemos ofrecer un tipo de escuela que permita con cada alumno, conocer y sacar a la luz lo mejor de sí mismo  promoviendo  sus fortalezas personales para a partir de ellas proteger y compensar los puntos débiles de su personalidad. Debemos acompañar a nuestros alumnos en el camino creando bienestar a cada paso, cada día y en cada acto. Por supuesto todo ello sólo es posible cuando  el clima del aula favorece el refuerzo positivo como estrategia básica de control de conductas, se crean vínculos afectivos potentes en la relación alumno-profesor y se ponen  en marcha  programas de intervención educativa  como  el “Programa Aulas Felices”  del que me gustaría hablaros en el próximo post.

El Programa Aulas Felices ha sido diseñado por el Equipo SATI compuesto por cuatro profesionales de Zaragoza que desarrollan su tarea educativa desde distintos ámbitos, dos desde un Centro de Profesores y Recursos (CPR)  y dos desde las aulas como profesoras-tutoras de educación infantil y primaria. Tras dos años desde su primera publicación, el Programa ha conseguido una gran difusión y reconocimiento  a nivel internacional por parte de la comunidad científica y de profesionales del ámbito educativo.

Respecto a su aplicación, existe un número creciente de centros educativos en todo el mundo y en España, siendo cada vez mayor el número de centros que lo están implementando. En Aragón, el Equipo SATI realiza un seguimiento más directo en los centros y desde hace dos cursos está realizando cursos de formación (ha sido en uno de ellos  donde yo lo conocí). Al tratarse de una experiencia muy interesante me gustaría compartirla con todos vosotros y vosotras.