13 abril, 2015

Una clase se puede impartir de muchas maneras: rutinaria, correcta pero sin pasión, para cubrir el expediente y poco más o también, cómo no, de manera que despierte el interés de los alumnos. Ahora bien, los modos sugerentes de enseñar no significan simplemente facilitar como sea la asignatura a los alumnos. Lo mismo sucede con el resto de las propuestas educativas que abordemos con ellos. Como bien sabemos con frecuencia hay que hacerles descubrir la necesidad del esfuerzo y el sacrificio personales a la hora de asimilar y realizar temas más complejos, aunque esto les suponga tener que limar sus debilidades y vencer su tendencia hacia lo fácil. El afán educativo de despertar inquietudes dormidas nunca podrá ser sinónimo de esa tendencia al facilismo que parece subyacer a una más o menos difusa tendencia pedagógica que flota en el ambiente, una corriente que viene a decir que si un docente no es capaz de hacérselo “accesible=fácil” a sus alumnos es que no sabe enseñar. Un lugar común más del pensamiento débil…

Sin embargo ahí sigue ese resto inextinguible de mala conciencia inoculada que a veces nos asalta y que trata de colonizarnos la voluntad, ese diablo de culpa rancia imbuida que nos susurra que el progreso pedagógico actual exige que debemos rendir culto a la diosa Facilidad, prima hermana de la diosa Condescendencia y cuñada de la semidiosa Tolerancia en aras de que nuestros menores “no sufran los rigores” que nosotros padecimos. Eso nos hace caer en el sinónimo equívoco de la accesibilidad como equivalente exacto de la facilidad simplona por encima de todo en lo que se refiere a nuestras pretensiones educativas. Craso error, añagaza buenista y sofisma huero que oculta a sabiendas que la naturaleza humana avanza y se perfecciona de manera poderosa cuando se le colocan delante retos que la ponen a prueba. Lo que es y sigue siendo cierto y verdadero es que lo que tendrá a la postre más sabor y valor para los alumnos será aquello que les haya supuesto tener que emplear al máximo sus propios recursos a la hora de lograr los objetivos que de forma inteligente les hayamos planteado. Además el hecho de apuntalar el facilismo a toda costa, mediante un planteamiento educativo de baja exigencia, supone cometer el delito de hurtarles desde la raíz la creatividad y la percepción de eficacia que deben desarrollar los adolescentes para elaborar una autoestima potente.

Extraer de los alumnos lo mejor de sí mismos, hacer que en sus vidas se enamoren del conocimiento, perfeccionen sus destrezas, sepan apreciar y crear belleza y se enrolen en el equipo del bien es el gran objetivo de todo planteamiento educativo. Nada de esto estará al alcance sin echarle ganas, método y contar con el apoyo necesario. Ahora bien esta tarea es más que complicada en nuestros días cuando vemos cómo se opone frontalmente a nuestras pretensiones de educadores esa idea anoréxica de que sólo lo que resulta sencillo es correcto. En definitiva es un propósito que responde a la promoción brutal del estadíoestético como ideal de vida, concepción existencial que preconiza que hay que vivir atentos sólo a lo inmediato, a la satisfacción de los deseos, ya sean éstos zafios o sofisticados (S. Kierkegaard). No nos extrañe que muchos adolescentes, impelidos a inhalar este omnipresente aire hedonista tan intensamente propalado por el pensamiento débil, e inmersos como están en la vorágine creciente de sus impulsos, acaben por adoptar la convicción de que en adelante sólo atenderán y harán lo que sea fácil, o mejor dicho, lo más fácil.

Todo lo que nos facilita la vida lo vemos como un progreso y la publicidad se esmera en presentarnos sus productos bajo este lema que nos hace desear el no tener que mover más allá de un dedo para lavar, cocinar, limpiar, etc. “¡El inglés sin esfuerzo!”, “¡Esta máquina lo hará por usted!” “¡El frotar se va a acabar!” Muy bien, porque si los alumnos se convencen de que el progreso se resume en alcanzar la comodidad y sólo aspiran a la comodidad, lo tendremos realmente crudo en nuestras aulas…

Pese a todo ilusionar a los adolescentes de hoy puede ser más viable de lo que pueda parecer. La razón de esta viabilidad reside en la necesidad subyacente que tienen de sentirse reconocidos -ante sí mismos o ante los demás-, por haber logrado algo que se salga de lo común y lo trillado. Ser sobresalientes en uno o en varios aspectos es una manera de distinguirse, de adquirir una autoimagen apetecible. A veces buscan esa señal distintiva en lo abstruso o en lo que sin más sea chocante, pero si disponen en su horizonte de una oferta sugestiva de objetivos que les proporcionen esa deseable distinción, el esfuerzo y la energía que han de emplear en conseguirlos no serán ya un obstáculo para que se pongan a ello. Ahí está el caso de los deportes en los que hay que dejarse la piel de veras para conseguir sobresalir. Son una muestra de cómo son capaces de soportar el sacrificio y hasta las derrotas siempre que aquello que se les pone delante posea un objetivo tentador, exista un entorno que lo promueva como ideal y haya una organización que lo estimule y apoye.

Trasladar este sencillo esquema de intervención al conjunto de las acciones educativas no va a ser siempre sencillo. No obstante necesitamos seguir manteniendo la iniciativa todo lo que podamos, y en todo lo que esté a nuestro alcance, a la hora de apoyarles mediante la presentación de objetivos que les ilusionen de verdad precisamente por no ser fáciles sino esforzados, verdaderos retos que tiran de ellos porque les hace sentir que no deambulan por los caminos trillados y ramplones de la manada.