18 mayo, 2015

Andamos en la escuela por estas fechas moviendo la tierra, haciendo semilleros y plantando todo tipo de plantas, un ritual que se repite desde hace algunos años en el que nos lanzamos a intentar ver crecer y comernos, si nos dejan aquellos que no suelen respetar nuestro pequeño huerto, el fruto de la naturaleza y nuestro esfuerzo.

El ciclo de las plantas es fácil de observar y controlar desde el aula de Infantil; nos da la oportunidad de conocer palabras, oficios y técnicas nuevas, y a la vez, si el cielo lo permite, pasamos mucho tiempo al aíre libre quitando la “polilla” que hemos cogido después de muchos meses de invierno dentro del aula.

Estos días la azada trabaja mucho y no la damos descanso pero ya tenemos algún “grillo” cantando en clase preguntado por el resultado. Con cinco años aún el tiempo es una dimensión desconocida salvo por el calendario de clase y los cumpleaños propios y ajenos que no se nos olvida ninguno, pero la propia dimensión del transcurrir del tiempo no es una dimensión que los niños tengan adquirida.

Son conscientes de que pasa, de los cambios en la ropa por la estación pero los procesos que llevan un transcurro temporal nos cuestan … por eso plantar y esperar, nos cuesta bastante. El primer día la emoción de las semillas, descubrir y tocar; remover la tierra y sembrar, el momento mágico de regar nos llena de emoción, sin embargo, el paso de los días nos va alejando de este interés y por cosas más inmediatas.

¿Cuánto tarda una semilla en germinar? ¿Cuánto tarda una planta en crecer? ¿Y un árbol? ¿Qué necesita? ¿Qué sucede si lo abandonamos a su suerte?

Imagino que todos ya hemos captado la metáfora a la primera, nuestras semillas de calabaza y girasol, son como nuestros niños de la escuela; como nuestros niños de casa … procesos a largo plazo que requieren cuidados y atención.

Además de semillas y tierra tenemos gusanos de seda que una compañera comparte por toda la escuela, ya tenemos otra metáfora en marcha, más obvio imposible, la metamorfosis; la transformación de un ser en otro ante nuestros ojos. A los niños les encanta ver el proceso, más rápido y espectacular que el que llevan a cabo las plantas, además los gusanos comen y se mueven ¿no se parecen un poco los niños a ellos? ¿No se transforman ante nuestros ojos? ¿No los cuídamos y alimentamos? ¿No los mantenemos límpios y seguros? Ambos procesos requieren tiempo, paciencia y mimo; anticipación y previsión; seguimiento y constancia … ¿no estamos hablando de cosas que nos preocupan en nuestro día a día?

Obviamente un niño es infinitamente más complejo, entonces ¿por qué buscamos simplificar los procesos? ¿Por qué estandarizamos métodos y evaluaciones? ¿Atendemos a su enorme versatilidad y diversidad?

Los gusanos o las plantas son básicos elementales, están programados para seguir un patrón biológico que impulsa su desarrollo. Nuestros niños están programados en lo biológico pero no en lo emocional; en lo social; en lo cultural ¿por qué lo olvidamos con tanta frecuencia?

En mi clase tenemos un tercer proceso en marcha … una muñeca rota, ni que decir tiene que el sufrido paciente está deseando que levantemos la veda de volver a correr y lanzarse a jugar con sus amigos sin prudencia ninguna, no para de preguntar ¿y cuánto falta? Y cada día contamos los días que lleva “averiado” y los días que faltan para que el médico pueda quitarle escayolas y vendas … procesos, la vida está llena de procesos, de tiempo ordenado que debemos conocer y comprender.

¿Dedicamos un rato a pensar en más procesos que tenemos ante nuestros ojos cada día en el aula y que damos por supuestos? ¿Nos paramos un instante y reflexionamos sobre el tiempo y su devenir en las vidas de nuestros niños y niñas?

Seguro que nos sorprendemos y encaramos el último tramo del curso de otra manera. Suerte y feliz semana.