17 febrero, 2014

Como en las novelas y tebeos de piratas. Era apasionante la idea de que uno pudiera encontrarse uno de esos viejos mapas de piratas dentro de una botella, camuflado en la parte de atrás de un viejo pergamino o escondido con tinta invisible entre las páginas de un libro lleno de polvo en el fondo de un baúl olvidado. Después venía la aventura de partir tras él, con la convicción de que tras múltiples vicisitudes por tierra y por mar el cofre que se desenterraba estaría lleno de oro y joyas… Qué tiempos aquellos, aquella época infantil de ilusiones inagotables y sueños increíbles, unos sueños de niño que nos estimulaban a vivir la fantasía de que se podía encontrar lo maravilloso en algún lugar exótico y lejano, pero siempre accesible gracias a un mapa que lo marcaba con una X bien grande. Lo importante era tener el mapa del tesoro y el resto eran peligros y penalidades que se podían superar con esfuerzo y con mucha alegría por lo apasionante de la aventura. Había que hacerse con el mapa, eso era lo principal. Todos los que participaban de aquellas historias querían tenerlo: los malos se lo quitaban a los buenos, los buenos lo recuperaban y al final llegaban a la isla, a las ruinas de la selva o a las catacumbas del castillo y allí estaba, ¡por fin!, el magnífico tesoro. Un final feliz después de haberlas pasado canutas. Pero qué más les daba a aquellos héroes que arrostraban con aplomo todo lo que se les echara encima… ¿Y por qué persistían en su empeño pese a todas las adversidades? Muy sencillo, se sentían vigorosos para aguantar con energía sobrehumana lo que les echaran porque el mapa les aseguraba un itinerario infalible, una ruta que merecía toda su confianza.

Procurarse en estos tiempos un mapa de ésos no es una mera regresión a la fantasía infantil, sino más bien un viaje retrospectivo que invita a repasar lo que sucede en la adolescencia. Ahí la marabunta en la que empieza a convertirse la vida lleva a anhelar algo así como un mapa del tesoro para saber por dónde tirar, es decir, cómo empezar a manejar las nuevas sensaciones y horizontes que se presentan, con el fin de no perderse en las mil y una trampas que se abren a cada paso con sus colores atractivos. Si hacemos memoria de nuestra propia adolescencia era también así, estábamos como en un carrusel, dábamos vueltas por aquí y por allá husmeando todas las opciones que nos salían al paso, desorientados, probándolo todo mediante el sistema del ensayo y error. A veces inventábamos la pólvora, o nos sentíamos invulnerables frente al resto del mundo. Los amigos eran nuestro refugio, aunque para ser sinceros hay que reconocer que su orgulloso despiste era parejo al nuestro. Ah, pero por encima de nosotros teníamos, como sucede ahora, los ídolos musicales o cinematográficos cuyos pósters cubrían las paredes de nuestra habitación, y a los que admirábamos porque creíamos que nos indicaban qué pautas tomar en la vida. Y en estos tiempos, ¿tiene el imberbe Justin Bieber y sus canciones un “mapa del tesoro” que le sirva ahora a un adolescente para saber por dónde encaminarse? ¿Miley Cirus, ex Hanna Montana, puede aclararle a una alumna nuestra cómo organizar sus emociones y metas en esta etapa de su vida?

Bromas aparte, un mapa del tesoro para manejarse en la vida es otra cosa. Los famosos que promocionan las industrias del entretenimiento sólo son una fachada que esconde romanticismo cursi y barato, mucho crepúsculo impostado y enormes dosis de espejismos irreales. Mientras dura su espectáculo los adolescentes creen poseer claves genuinas para interpretar las nuevas sensaciones y emociones que experimentan, pero su mundo interior sigue cogido con alfileres, frágil y desamparado. Les hace falta algo más sólido que no proceda de la cambiante y efímera mercadotecnia del show business, con sus lucecitas y colorines de temporada.

Aunque parezca un ataque de nostalgia, en el fondo lo que les gustaría a nuestros alumnos es tener algo así como un plano de los de antes, una guía con pautas seguras y señales fidedignas de las que poder fiarse. Puede que nuestros alumnos se opongan muchas veces a las pautas de los adultos de su entorno, pero eso no impide que sigan necesitando un esquema coherente en el que apoyarse sin vacilar, convencidos en su fuero interno de que sus pistas e indicaciones les dirán cómo pueden ir solucionando los escollos y enigmas de su convulsa personalidad. Más o menos un genuino mapa del tesoro, del tesoro que es su propia vida, porque sin ese mapa que contenga las claves que aclaren sus dudas y calmen su desasosiego, sin un plano que incluya además los oasis para calmar la avidez de sus búsquedas y que contenga el fuego que alimente la motivación de sus ilusiones, los adolescentes se consumen inútilmente y pueden acabar extraviándose, agotados en mil y un derroteros nocivos para su bienestar y su salud.

¿Cómo hacerse con un mapa del tesoro? Ya no hay viejas botellas perdidas en las playas, ni baúles con manuscritos de aguerridos piratas del Caribe. En estos tiempos que nos toca vivir cada uno debe dibujarse a conciencia su propio mapa. El proceso de elaboración no es sencillo pero sí factible, si se cuenta con los elementos precisos y los educadores les vamos mostrando cómo poner en marcha habilidades de planificación. Se construye a partir de un punto de partida básico que reside en el interior del adolescente: un núcleo personal que le diga a uno qué metas son las que quiere conseguir, adónde quiere llegar, cuáles son sus aspiraciones más de fondo.

A ese objetivo primordial hay que añadirle un revestimiento de dos capas. La primera, de carácter defensivo, consiste en los modos válidos y fiables de afrontar los factores de riesgo que pueden atacar su línea de vida (presión de grupo, pereza y abandonos, miedos, frivolidades, desesperanza, relativismo, etc.). Para aprovisionarse de esos instrumentos protectores dispone del asesoramiento de los padres y educadores, expertos en las batallas intrincadas de la vida que el adolescente empieza a acometer, y cuyas estratagemas y pistas pueden resultarle increíblemente valiosas para protegerse de los riesgos. Y la segunda capa que completará su mapa tiene un carácter claramente proactivo, y está compuesta por el aprendizaje de competencias de emprendimiento, comunicación e investigación, y por la aclaración de valores que harán que tenga pleno vigor y sentido la persecución de esos objetivos, esos tesoros que se ha propuesto conseguir por encima de todo. El mapa del tesoro se va materializando poco a poco, se perfila a medida que se va avanzando y va añadiendo nuevas pistas de seguridad, pero sin prescindir nunca de las líneas maestras, de sus certezas más hondas.

Creencias y valores, factores de protección y competencias son los puntos clave de un buen plano. Los profesores debemos invitar a nuestros alumnos a que creen su propio plano y a que sean sinceros y coherentes a la hora de comprometerse con lo que dibujen en él. Y además, en los momentos de crisis y desánimo siempre pueden contar con nosotros para que vuelvan a remozar y poner al día ese mapa personal que será su punto de apoyo para mover su mundo.