10 marzo, 2015

Estos días andamos en la escuela hablando de nuestros niños y su evolución, antes de que llegue el momento de poner las notas me estoy reuniendo con mis compañeras de Primaria para ver qué tal van los niños.

No es un proceso sencillo el de la evaluación, determinar lo qué se sabe de manera más o menos exacta; cada vez que tenemos que desarrollar esta tarea a mi me salta la misma duda, ¿es necesario? ¿Es necesario hacerlo así como lo hacemos? ¿Cuál debe ser el grado de exactitud? ¿Cómo informamos a los padres del progreso de su hijo? ¿Una simple calificación númerica es suficiente información?

Sin duda es un ámbito de controversia y discusión permanente pero no por ello debemos dejar de abordarlo desde los equipos educativos de las escuelas.

La evaluación se rige por una serie de normas que nos vienen dadas pero también por una serie de “costumbres”. Las primeras nos las marcan; mientras que las segundas las decidimos y mantenemos nosotros, muchas veces sin ser plenamente conscientes de ello.

Los niños y niñas desde los seis años se ven sometidos a exámenes, controles y otras pruebas “objetivas” en las que tienen que demostrar sus conocimientos pero ¿dónde demuestran sus verdaderas capacidades?

Para mi el día a día, la actividad diária es lo valioso. ¿De que me puede valer una serie de ejercicios en un momento concreto? ¿A cuántos niños angustiamos y desmotivamos con este tipo de evaluación?

Son muchos los ejemplos de escuelas que están optando por el respeto al ritmo del niño; por potenciar intereses y necesidades sobre la estandarización de todo aprendizaje. Y sin embargo, la tendencia de los gobiernos occidentales y asiáticos es competir de manera despiada por ser los mejores en las pruebas estandarizadas internacionales, algo que es ajeno a la realidad de los niños y jóvenes; ajeno a su ritmo vital de crecimiento y maduración … parece percibirse una cierta desconfianza en la labor que se lleva a cabo en la escuela en aras de una competitividad que todo lo envenena y, muy a nuestro pesar, únicamente trae decepción y desilusión a muchos maestros, al tiempo que mantiene en jaque a no pocos niños, con una angustia innecesaria en su proceso de crecimiento, sin duda, un síntoma inequivoco de que algo no funciona.

¿Cambiaremos de rumbo o nos dejamos llevar por la marea hasta chocar contras las rocas? ¿Podemos permitirnos una infancia estresada y enferma? ¿Queremos un modelo social y educativo como el que se vive en China o Corea del Sur?

Os dejo un interesante artículo sobre el cambio espectacular del Sistema educativo en Corea del Sur [enlace]

Desterremos los dolores de barriga, sean ciertos o imaginarios y que únicamnte tengamos que lamentarnos de haber comido muchas gominolas en aquella fiesta que organizamos entre todos en la escuela; aquella que decidimos celebrar, en la que todos participamos y colaboramos; aquella que tenía como objetivo … simplemente celebrar que había llegado la Primavera y nos hizó sonreir.

Vamos a intentarlo, eso al menos no tendremos que evaluarlo 😉