2 abril, 2015

Podíamos leer hace unos días un interesante artículo en El País sobre las últimas investigaciones de cómo aprenden los bebés de lo inesperado, todo aquello que les resutla novedoso les motiva y les mueve a realizar nuesvos aprendizajes, su cerebro se construye desde la experiencia y el descubrimiento de nuevas expreiencias.

[Enlace al artículo]

A pesar de estos descubrimientos en la escuela cada vez más frecuentemente nos encontramos con niños miedosos, torpes y llenos de dificultades para explorar su entorno con confianza. El entorno en el que se inician sus primeros aprendizajes les supone un lastre a su desarrollo, frecuentemente es la falta de movimiento, la restrición a situaciones nuevas y la sobreprotección de los adultos que les rodean.

En nuestra escuela les llamamos niños invernadero, viviendo en un entorno eminentemente rural con pocos coches y muchos espacios abiertos parece una contradición que sea capaces de correr o moverse con soltura; que nos les guste escarbar y manipular palos y piedras o que se asusten de los peuqueños animales que viven en tapias y prados.

Esta desconexión de lo natural, de la pulsión de los niños por conocer lo que les rodea les lleva a un desarrollo más lento, siempre condicionado a la opinión del adulto y con la necesidad constante de que alguien les confirme que pueden hacerlo sin correr riesgo alguno.

La infancia se ha convertido en un bien tan preciado que la conservamos como si se nos pudierá romper a cada momento; no queda lugar para el fracaso, para probar y volver a intentar, mas al contario, todo tiene que ser perfecto y especial desde el primer minuto … y así solo conseguimos aislar a los niños de la realidad, esa que tienen que experimentar para construir su propio yo.

¿Puede un adulto vivir ajeno a la sociedad? ¿Puede evitar todo riesgo en su vida diária? ¿Puede aislarse de todos riesgo?

Obviamente es imposible, somos seres sociales que interactuamos con otros y con nuestro medio, lo comprendemos y lo transformamos a partir de la interacción continua, ajustamos y reajustamos nuesrta conducta entonces ¿podemos sobreproteger a los niños? Obviamente no podemos, y tampoco debemos.

Las familias deben confiar en las posibilidades de sus hijos, tienen que acompañarles y ofrecerles oportunidades de valerse por si mismos, poco a poco, manteniendo la red de seguridad invisible que les permita ir cada vez más lejos, cada vez más solos pero siempre con nuestra ayuda.

¿Y la escuela? Como siempre la escuela tiene que animar y fomentar esta autonomía que genera aprendizaje y bienestar. Tenemos que ser capaces de estimular con nuevos retos, no con caminos ya trazados que todos sigan al mismo ritmo. Variar, romper la rutina, innovar, aconsejar y orientar … provocar a los niños y niñas a que se atrevan, que salgan de su “invernadero” y toquen, prueben y se equivocen en la confianza que así están aprendiendo; están creciendo y conociéndose a si mismos.

Feliz semana 😉