27 enero, 2014

Vago, torpe, zote, cuatroojos, inútil, feo, gordo, seboso, flojo, orejones, …, ¿quién no ha oído estas palabras alguna vez en el patio de la escuela? Desde siempre estas palabras han habitado nuestros tiempos de recreo, con más o menos saña se reproducen cada año, más pronto que tarde surgen.

Crecemos y vivimos en sociedad, integrados en un grupo más o menos extenso que opina sobre nosotros, nos devuelven una imagen  de nosotros mismos, son nuestros espejo y en él nos miramos, queramos o no, la opinión de los demás nos influye.

Si en el aula se sigue la misma senda, la de calificar los logros y fracasos de manera pública y sin ningún tipo de precaución por nuestra parte, podemos alcanzar el objetivo contrario al que pretendemos. Si un niño o una niña es siempre “criticado” por los adultos de referencia, haciendo patente sus torpezas y debilidades, o al contrario, siempre es ensalzado y encumbrado al Olimpo de la excelencia, estaremos desequilbrando la relación, tanto entre maestro y alumno, como entre los propios miembros del grupo que percibiran la diferencia de trato entre unos y otros.

¿Siempre alguien es torpe? ¿En todas las áreas y momentos? ¿No tiene ningún punto fuerte? ¿Siempre hay alguien brillante? ¿En todos los ámbitos es capaz de destacar?

A poco que indagemos en la naturaleza humana, solo tenemos que dedicar un segundo a pensar en nosotros mismos, podemos contemplar debilidades y fortalezas; posibilidades y debilidades juegan un difícil equilibro en el que los otros, los que nos rodean, juegan un papel fundamental. No se trata de que nos hagan la ola cada vez que metemos un gol en el patio, pero tampoco nos tienen que impedir jugar si solo somos capaces de chutar el balón si éste está parado.

Parece algo obvio pero lo olvidamos a menudo, los niños y las niñas merecen ser respetados y valorados sea en la escuela, en la familia, en su barrio o pueblo, porque las palabras, solo son palabras, pero en función del contexto en el que se pronuncien se pueden convertir en piedras que con el tiempo terminen pesando en el ánimo.

Seamos cuidados y vigilantes, intentando ser prudentes a nuestras coletillas y posibles perjuicios. Intervengamos en el aula, en el patio o en otros ámbitos de la escuela para que el respeto sea una constante, donde cada uno sea valorado por sus cualidades y no por sus debilidades.