15 marzo, 2015

Los viejos mapas ya no sirven para orientarnos en el mundo. Por encima de esas viejas fronteras se ha construido un nuevo espacio digital donde las limitaciones, las barreras y las murallas simplemente se desvanecen.

Cualquiera de nuestros estudiantes sabe que puede poner en marcha un proyecto con personas que se encuentren a kilómetros de distancia; cualquiera de nuestros estudiantes sabe también que puede encontrar mil maneras para colaborar de forma efectiva con otro compañero suyo utilizando diferentes herramientas tecnológicas. El mundo se ha vuelto un lugar hiperconectado, todas las acciones que emprendemos repercuten en los otros. Y pueden ser amplificadas por los demás, hasta convertirlas en un bello movimiento. Podemos comunicarnos en este espacio transmedia para establecer diálogos productivos, poniendo en marcha nuevas iniciativas mediante metodologías cada vez más cooperativas.

Los seres humanos nunca habíamos tenido tantas posibilidades para llegar a los demás, para comunicarnos con ellos y poner en marcha ambiciosas iniciativas. Si no lo hacemos es porque todavía no hemos adquirido las competencias necesarias para llevar a cabo esa transformación personal.

Sabemos que el mundo ha cambiado y ese cambio debe entrar también en las aulas. La tecnología ha introducido numerosas herramientas que modifican nuestra forma de comunicarnos, nuestra manera de analizar la información y nuestras posibilidades de crear contenidos. Si queremos que nuestros estudiantes estén capacitados para afrontar su propio futuro debemos utilizar las herramientas de este siglo para construir su aprendizaje con ellas. Y no me refiero a introducir por todas partes pizarras digitales, ordenadores o tabletas. Me refiero a la urgente necesidad de transformar el proceso de enseñanza-aprendizaje dotándolo de las competencias clave necesarias para que nuestros alumnos puedan resolver los retos del futuro.

Si pensamos en las palabras que pueden definir la educación del siglo XXI, seguramente nos vengan a la cabeza términos como creatividad, motivación, iniciativa, empoderamiento, comunicación o autonomía. Si nos damos cuenta, la mayor parte del trabajo que a día de hoy se realiza en los centros educativos, no utiliza estos términos. Está destinado a transmitir información. Nuestros alumnos saben perfectamente dónde encontrar la información, no necesitan que les saturemos con ella. Lo que necesitan es aprender a seleccionar la más importante, a tener un criterio de calidad con respecto a los contenidos, a buscar las relaciones entre los diferentes datos. Nuestros alumnos han nacido en este mundo interconectado, y nosotros nos empeñamos en prepararles para una realidad que ya no existe. No está mal que utilicen la memoria, pero deben usarla de forma dinámica, sabiendo que cada elemento de información no es más que un engranaje para el desarrollo de nuevas propuestas, de nuevas realidades, de nuevas ideas capaces de mejorar el mundo. El conocimiento se ha vuelto dinámico. Nuestra realidad exige de las personas que seamos capaces de construir algo nuevo con lo que conocemos. No basta repetir, hay que avanzar. Y los estudiantes necesitan adquirir las competencias para llevar a cabo ese avance.

Si preguntamos a cualquier estudiante qué es lo que más le gusta de su trabajo en el aula podemos adivinar su respuesta. Nos comentará que disfruta con el contenido que le apasiona, nos dirá también que le gusta utilizar la tecnología de una forma activa en la clase. Sabemos que disfruta compartiendo sus conocimientos con los demás y adquiriéndolos de forma activa, investigando con sus compañeros, en lugar de recibir la información de forma directa por su profesor. Seguramente lo que menos disfrute sea las largas explicaciones y las tareas repetitivas. El hecho, sin embargo, de poder generar su propio contenido, especialmente si lo hace en colaboración con los demás utilizando la tecnología, hará que busque las soluciones más imaginativas para poder desarrollar un gran trabajo. Para generar un contenido multimedia en base a una determinada unidad didáctica, no sólo tendrá que trabajar adecuadamente con la información, hasta interiorizarla y poderla explicar con claridad. Por encima de todo será interesante comprobar cómo la pasión que pone en la creación que está desarrollando puede contagiar a sus compañeros, lo que resultará especialmente interesante para mejorar la convivencia y el compromiso del alumnado con el centro.

Por otro lado, si nos centramos en el profesorado, su papel también debería volverse más activo. De la misma forma que es el diseñador principal del aprendizaje, también tendrá que dejar a los estudiantes una cierta autonomía que les permita adquirir los contenidos en base a procesos de investigación dirigida. De una forma prácticamente socrática, tendrá que realizar las preguntas adecuadas, para guiar el proceso de enseñanza-aprendizaje. Será necesario contextualizar los datos, asegurar el rigor del contenido que se desarrolla y asegurar también una calidad adecuada de los materiales de estudio generados.

Nuestros estudiantes necesitan adquirir toda una serie de competencias clave para poder afrontar su futuro. Y esas competencias deben ser trabajadas en nuestras clases. Sólo así conseguiremos aumentar la iniciativa, la creatividad y la autonomía de nuestros estudiantes. Y esas habilidades son, precisamente, las que les va a solicitar la sociedad a la que se incorporan, muy por encima de los diferentes contenidos de las distintas materias.