27 abril, 2015

Desde hace ya tiempo los grupos de WhatsApp se han convertido en un espacio conflictivo en el ámbito docente. Esta aplicación nos permite comunicarnos con inmediatez, tanto de forma personal como en grupo, lo que puede ser de gran utilidad. Aún así, no debemos olvidar que al usarlo colectivamente ya nos se trata de una conversación privada. A todos los efectos estamos haciendo una afirmación pública por escrito. Por esa razón, es necesario que seamos muy responsables con las palabras que escribimos en un chat, no sólo porque nos puedan reclamar responsabilidades por ellas, sino, sobre todo, por la repercusión que puedan llegar a tener en la vida de otras personas.

Convivencia en los centros.

Debemos cuidar al máximo las relaciones humanas que se dan en un centro educativo. La educación es un proceso complejo, lleno de emociones, donde la motivación de todas las partes es esencial. Si cualquiera de ellas: los alumnos, las familias o los docentes, se sienten heridos por los comentarios vertidos hacia ellos, toda la educación se resentirá.

Sabemos cómo es la realidad de los colegios e institutos. Día a día los profesionales deben afrontar problemas, que se complican todavía más debido a las dificultades que existen con respecto a medios, espacios y personal. Sin embargo, en la mayor parte de los casos, estos docentes están haciendo un gran esfuerzo por iniciar buenos proyectos, poniendo toda su vocación en sacar adelante al alumnado a pesar de las dificultades. Basta ver su asistencia continua a los cursos de formación, su interés por las últimas tendencias pedagógicas, así como las propuestas de los centros educativos que cada vez dan una respuesta más innovadora a los retos pedagógicos de nuestra época. Y sin embargo, basta una serie de comentarios injustos en un chat, para que toda esa motivación se venga abajo. Cuando alguien se está esforzando en hacer lo mejor posible su trabajo se merece un respeto. No que se introduzcan informaciones inciertas o que se critique indiscriminadamente, sin tener la decencia de preguntar primero las razones de una determinada actividad.

Un mensaje escrito puede hacer mucho daño. Y no olvidemos que en algunas ocasiones ese daño puede llegar a las familias con las que un docente está trabajando. Lo que equivale a poner en duda su valía profesional o a difamarlo públicamente, lo que conllevaría un gran daño personal.

Lo peor de todo esto es que quienes al final acaban perdiendo son los más importantes: nuestros estudiantes. Es imposible que tengan respeto a sus profesores si escuchan continuamente comentarios despectivos. Necesitamos volver a recuperar un clima de confianza mutua en los centros, y no podemos dejar que los grupos de WhatsApp, que podríamos usar para mil cosas útiles, se conviertan en un corrillo para que las personas nos critiquemos unas a otras.

Los centros que mejor funcionan son aquellos en los cuales los diferentes pilares de la comunidad educativa trabajan de forma coordinada. Si logramos cohesionar adecuadamente tanto a las familias como a los profesionales del centro, será posible alcanzar grandes logros. Pero esto sólo puede conseguirse mediante unas relaciones basadas en el respeto mutuo. Y ese respeto debe darse también en el mundo digital, al que en muchas ocasiones no le damos la importancia que posee.

Creo que la comunidad educativa en su conjunto debería reflexionar sobre el uso de los chats y las redes sociales. Es necesario que establezcamos un código de buenas prácticas, y que seamos capaces de comprender las normas básicas de convivencia que deben presidir nuestras relaciones dentro del mundo digital. Es muy común que las frases de un grupo se reenvíen a otro, y que a su vez acaban en otro más. Finalmente, la persona que ha dicho algo, no puede controlar la repercusión que tienen sus palabras. Y el daño causado puede ser realmente grave. Quizá una de las cuestiones que deberíamos plantearnos es la necesidad de formar a los ciudadanos en la ética del mundo digital. En la responsabilidad que tenemos hacia los demás cuando hablamos de ellos en distintos grupos.

La tecnología ha abierto enormes posibilidades para la comunicación humana, pero nosotros, las personas, seguimos siendo los mismos. Debemos darnos cuenta de que ahora lo que decimos tiene mucha más repercusión. Internet nos ha puesto en la palma de la mano la capacidad de comunicarnos de forma masiva, pero esa posibilidad exige, por nuestra parte, una gran responsabilidad: la de no olvidar el respeto que le debemos a los otros. Únicamente si somos capaces de mantener y fomentar ese respeto, podremos disfrutar de los avances que las nuevas tecnologías nos proporcionan. Como adultos tenemos la responsabilidad de educar a nuestros estudiantes y nuestros hijos. Muy mal lo estaremos haciendo si les pedimos a ellos responsabilidad en el mundo digital y, sin embargo, no somos capaces de responsabilizarnos nosotros.

Este es un viaje compartido. Debemos hacerlo con la máxima confianza mutua.